Eso era Margarita. Y como la flor de su nombre, se marchitó lentamente ante mis ojos.
Sin embargo, tuve el placer de descubrirla antes de que cayera su última hoja.Esto ocurrió a poco de comenzar el presente milenio y este es mí humilde homenaje.
Sus tres cosas esenciales eran: el tabaco, el chocolate y la radio. Vivía en una pensión próxima a donde ella ofrecía sus rosas (de un rojo intenso) y te recitaba sus propias poesías a cambio de la voluntad. Buenas vibraciones acompañaban las noches en el Mcdonalds de Callao, donde cada fin de semana se unía a nuestra mesa una señora octogenaria que era feliz fumando y comiendo su helado favorito (invitada por mí) mientras contaba infinidad de historias de su interesante vida. Vivía de noche y dormía de día. Su única hermana quería ingresarla en una residencia y apartarla de lo que más amaba: su libertad. Recuerdo con gran cariño su característica frase cuando insistías en que te explicara algo, "¡¿Pero no te digo que...?!", elevando enérgicamente la voz. Así era Margarita, frágil de aspecto y fuerte en sus convicciones. Una juventud marcada por amores dispares y decisiones poco acertadas llevaron a esta mujer a vagar por las calles y siempre la recordaré por la bondad que transmitían sus ojos y el entusiasmo que ofrecía con su palabra. Allá donde esté espero que se haya convertido en una flor inmarcesible. ¡¡¡Te echamos de menos, vivaz amiga!!!
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